La luz del tubo fluorescente parpadeaba en medio
de la fría habitación, llena de gavetas de metal etiquetadas con
nombres difíciles de recordar. Las baldosas blancas, desgastadas
y añosas dibujan las sombras parpadeantes que a segundos se dejan ver a medida
que la luz iba y venía en el lugar. Los ojos de aquel hombre se abrieron en
medio de la penumbra instantánea y sus pupilas se contrajeron
cuando el resplandor blanquecino reflejado en cada una de las cuadriculas
blancas de la habitación regresó.
Una confusión somnolienta lo envolvía, como si de
pronto hubiera sido transportado de un lugar lejano a este gélido cuarto. Imágenes
entrecortadas venían a su mente, como si estuvieran sincronizadas con el
parpadeo eléctrico de la titilante luz, turbándolo, llenándolo de temor. El
sonido de pasos apresurados lo hicieron dejar de lado aquellas imágenes vagas
de un pasado, para él, distante y lo trajeron de vuelta a la habitación llena
de gavetas metálicas. Estaba de pie, en medio de la morgue de un hospital, sin
recordar más que imágenes piréticas y escaldantes. Un corazón apresurado y una sensación de
terror, hasta ahora desconocidos para él, lo invadieron. Alguien venia directo
tras la puerta de metal oxidado, alguien venia y seguramente, venían por Él. Asustado,
sin entender que sucedía, desnudo y desprotegido, amnésico y asustado, el
hombre corrió desesperado, hacia la gaveta donde hace unos momentos había yacido,
lánguido y confundido.
La puerta se abrió y las risas de hombres de
mediana edad se dejaron escuchar en la morgue del hospital clínico de la
Universidad de Chile. Las bromas iban y venían, indiferentes ante una muerte
inofensiva y cotidiana. El lugar parecía tan tranquilo como siempre, lleno de
gavetas con cadáveres de hombres y mujeres, con sus nombres inscritos en el cajón,
esperando a ser retirados, si tenían algo de suerte. Sólo una de esas gavetas
era distinta, sin un muerto al cual resguardar, al menos no uno que pudiera
llamarse humano. El corazón del hombre palpitaba cada vez más rápido a medida que los cajones rechinaban, acusando
la falta de lubricante. Venían por él y tarde o temprano lo descubrirían.